La Biblia y el Calefón, el emblemático ciclo de entrevistas que dio vida el maestro Jorge Guinzburg desde 1997 hasta el 2001, con un breve paso por el 2008, regresó a la pantalla de El Trece hace pocas semanas bajo la conducción de Sebastián Wainraich. Esta nueva versión del clásico disparó un interesante debate en la vecina orilla que se presta para la reflexión también en la industria televisiva nacional: ¿cualquier programa resiste un cambio de conductor?
Allá por el 2008 Guinzburg quiso llevar a la pantalla un programa que le había dado grandes satisfacciones diez años atrás como fue La Biblia y el Calefón. Su salud lo obligó a abandonar el ciclo mucho antes de lo que hubiese querido, y ese programa se recuerda como lo último que hizo el fascinante humorista en la tv. Casualmente, en la emisión final de aquella temporada, estaban invitados Mónica Ayos, Enrique Pinti, Mercedes Morán, y nada menos que Sebastián Wainraich. Hoy, más de tres años después, éste último es convocado para ocupar el sillón que dejó libre el brillante Guinzburg. Wainraich sabiendo –o quizás no tanto- todo lo que implicaba el desafío, lo aceptó sin dudarlo un segundo. Seguramente es una oportunidad de las que no aparecen dos veces en la vida, pero también es una que puede jugar en contra. Hay que estar muy seguro de sí mismo para exponerse tan vulnerablemente a una opinión pública que aún extraña tanto al petiso más entrañable de la televisión.
El trasfondo de la cuestión no pasa por si uno es o no capáz de "suplantar" a otro, y es importante plantearlo en esos términos, porque más allá de que los protagonistas hagan lo posible para erradicar la palabra “reemplazo”, en definitiva se está hablando de eso. Lo que hay que enfatizar en estos casos es en el análisis sobre el programa de televisión en cuestión, para poder determinar si lo sustancial del programa es el formato o el conductor; o pensado de otra manera, cuán prescindible es un conductor determinado en un programa de televisión.
Hay ciclos televisivos cuya efectividad es categóricamente independiente del presentador, programas en los que alcanza con que el animador sea funcional al formato, que es la principal estrella. Mientras el anfitrión tenga la capacidad para adaptarse al ritmo que propone el formato, la propuesta sale airosa. Ocurre con ciclos de esquemas muy inflexibles como Minuto para Ganar, que en Uruguay sobrevivió a tres conductores en menos de un semestre, o Televisión Registrada, en donde la vedette es sin duda los informes con la recopilación de los temas de la semana, sin importar demasiado quién los presente.
Hay otra clase de programas en los que la conducción le imprime un estilo mucho más contundente al formato, que varias veces es lo que hace que logre o no ser exitoso. Son propuestas en las que al optar por un cambio en la conducción, el formato debe ser lo suficientemente flexible para adaptarse a un estilo diferente. Cuando esto ocurre, se debe arriesgar a cambiar el perfil del programa, ya que la conducción es una pieza más importante que en los casos anteriores. En esta clasificación se ubica como caso paradigmático el programa argentino Indomables (luego mutó a Duro de Domar), que tuvo como conductores a Lucho Avilés, Mauro Viale, Roberto Pettinato, Fabio Alberti, y Daniel Tognetti. El programa siempre funcionó, pero el formato era lo adecuadamente dúctil como para acondicionarse a una impronta de interés general al principio, a un ambiente más humorístico luego, y a un género mucho más periodístico en este último período, manteniendo siempre el esqueleto que consiste en una serie de informes con material televisivo que se debate entre panelistas a través un conductor/moderador. En el 2008, esta disyuntiva llegó a la televisión local cuando Gustavo Escanlar es ido de Bendita Tv, y se propone a Claudia Fernández para acompañar al Piñe. A priori esa modificación hacía ruido, pero los productores supieron ajustar los guiones y el rumbo del programa para que Claudia Fernández estuviera cómoda, y hoy parece un programa hecho a la medida de ella, así como ocurrió con los diferentes conductores de Indomables en Argentina.
Sin embargo, hay ciclos que son el conductor. Programas que jamás admitirían un cambio porque se estaría hablando entonces de otro programa, y en ese rango entra La Biblia y el Calefón. Ese humorístico histórico significaba la esencia y el talento inimitable de Jorge Guinzburg. Allí se lucía en su máxima expresión, en cada tema, pregunta, ironía o remate, Guinzburg funcionaba con la precisión de un reloj suizo, y creer que es un programa que lo puede hacer otra persona (incluso como “homenaje”) es no tener ningún tipo de criterio televisivo.
Sumado al error conceptual de querer reemplazar al genio de Guinzburg, se suma una extrañísima elección: Sebastián Wainraich. Un excelente humorista, pero que nada tiene que ver con la chispa permanente del fallecido humorista. Hubiese sido lógico que quisieran recuperar la mítica del programa (con otro título y algún cambio) pero con un conductor que tuviera un perfil similar así como Roberto Pettinato o Dady Brieva, pero Wainraich es un actor que da gracia en monólogos inteligentemente elaborados, o alguna ocurrencia puntual, pero muy lejos está de tener una faceta similar a Guinzburg, partiendo de la base que éste era un militante de la risa en conjunto, él tenía una risa de la que era imposible no contagiarse, mientras que Wainraich se mantiene en una rama del humor que sostiene distancia con aquel que se está riendo. Además, el ex TVR nunca había tenido siquiera un segmento televisivo para probarse como entrevistador íntegro, por lo que es un programa que le queda exageradamente grande.
Desde la producción también hay errores que hacen que hasta el espectador escuche a Guinzburg desde el cielo gritándoles que no pueden ser tan incompetentes como para cometerlos. Sin alcanzar con haber tenido una pésima elección en la conducción, el programa cuenta con una escenografía absolutamente fría, en la que los invitados están muy distanciados entre sí y con el conductor, y en el que se ve al público presente en el piso muy distante además de escucharse alaridos muy incómodos de reidores de fondo. Parece una antítesis de aquel en el que Guinzburg procuraba que cada detalle fuese funcional a un espacio cálido y acogedor, que facilite la interacción, y en el que se podía ver al público detrás de los invitados disfrutando el programa con la misma sonrisa permanente que el espectador del otro lado de la pantalla.
El primer programa tuvo a los invitados más remadores del universo: Adrián Suar, Ricardo Darín, Natalia Oreiro y Diego Torres, y aun así el programa fue un fiasco. Tuvo una mala medición, y daba vergüenza ajena ver cómo se miraban entre ellos intentando levantar esa cometa de cemento. Wainraich no tuvo una sola salida graciosa en todo el programa, no demostró conocer ninguna anécdota de ellos de antemano como preguntaba Guinzburg, y se notó que faltó la instancia a la que el antiguo presentador le daba muchísima importancia como era aquella en la que una hora previo a la grabación, se disponía a dialogar con los invitados para sacarle datos interesantes para preguntarles luego, con muchísimo champagne de por medio.
Este episodio remarca que hay programas que jamás pueden creer que sobreviven tan facilmente a un conductor, y La Biblia y el Calefón va a quedar como el ejemplo de eso. Una pena que el último recuerdo que quede de ese extraordinario ciclo de entrevistas sea éste y no aquella mini-temporada triunfal del 2008 donde con invitados mucho menores lograba ganar cómodamente la franja horaria, tanto en Argentina como en Uruguay, con un Guinzburg que desbordó talento hasta el último programa.
4 comentarios:
Bienvenido sea el cambio de Bendita TV, cuando estaba Escanlar era una guaranguería total el programa, insoportablemente malo y básico
Que cambio ni 8 cuartos en Bendita TV,el decorado es el mismo y Beto Casela dice las mismas pelotudeces de siempre!
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